De entre los miles de titulares y noticias que anegan nuestros ordenadores, nuestros teléfonos, nuestras redes sociales y nuestras ru(e)tinas, el otro día me sorprendió esta. El redactor, alejándose lo más posible de la poesía, titulaba: «Descubren el fósil más antiguo de pequeños insectos copulando». La imagen principal es la misma que encabeza este artículo y que lleva una semana rondando por mi escritorio. Dos insectos frente a frente en un abrazo de piedra.
«Descubren el fósil más antiguo de pequeños insectos copulando». Y a nadie le sonroja este acto de flagrante voyeurismo. A nadie le preocupa la intimidad más profunda de estos dos insectos a los que el destino les alcanzó quizá en el momento más dulce. Sólo son insectos, puede que pensemos, insectos además pequeños y antiguos. Como si el tamaño o la edad tuvieran la más mínima importancia para estas dos criaturas congeladas en el tiempo, para estos dos animales que se miran a los ojos ya para toda la eternidad, para este abrazo armónico, casi simétrico, de dos partes de una misma cosa. Les miramos y, con nuestra mirada insolente, les hacemos más pequeños. Rodeada de ojos curiosos, de lupas, de microscopios, de cámaras de fotos y vitrinas para especialistas, esta escena de amor animal (y por lo tanto pura) no entiende a qué tanto revuelo, a qué tanta alarma y satisfacción rijosa de científicos solitarios. Quizá, abrumados, se sientan mal, piensen que están haciendo algo inadecuado, algo incorrecto. Puede que incluso se avergüencen, desnudos como están, delante de tanta gente. Quizá sientan ya, ante las portadas de las revistas, que es antinatural ese abrazo infinito. Que no es amor lo que hacen sino una «cópula». Quién sabe si acaso quieran, azorados y reprimidos, separarse, soltarse las manos, desligarse de la dureza del fósil y esconderse hasta encontrar otra ocasión más adecuada y escondida. Tal vez, si lo hicieran, estos dos insectos protagonistas de un amor de antes de las historias de amor no volvieran a llamarse por pura vergüenza. ¡Es posible que estos dos enamorados no volviesen a verse nunca a causa de nuestra curiosidad estéril! Mientras, la imposibilidad de volar de la piedra, les mantiene mirándose a los ojos, dejando entrever en sus pupilas el enrojecimiento de las mejillas que la ceniza prehistórica oculta. Nadie les ha preguntado.
Sin embargo, todo tiene un sentido. Lo explica el investigador Dong Ren de la Universidad Capital Normal en China, el descubridor de hallazgo, el primer voyeaur. «Este raro fósil proporciona informaciones importantes para comprender sus posturas para reproducirse y la orientación de sus órganos genitales». A Dong Ren nunca le han abrazado así. Nunca ha hecho el amor mirándose a los ojos. Nunca ha conseguido que el tiempo se congele en su dormitorio. No sabe cuál es la orientación de sus órganos genitales. Dong Ren nos enseña a dos criaturas que murieron haciendo el amor. Los periodistas les llaman antiguos y pequeños. Todos hablan de sus complejos y se disfrazan de personajes para justificarse.
Cuando pase el revuelo, cuando ya no sean importantes las posturas en las que uno haga el amor, cuando la censura china lleve al olvido esta imagen antes de que se convierta en un lema revolucionario de amor por encima de la muerte, los complejos y los juicios, estos dos insectos, ya recompuestos, sin el temblor de la reprobación en las palmas de las manos, seguramente volverán a su abrazo tranquilo, pasional y eterno, conectados para siempre por el centro de sus vientres. Y es un consuelo.
Wow… hermoso.. sencillamente sublime
gracias por rendir honores de esta manera a aquella eterna pareja
Gracias! Me alegro mucho de que te haya gustado. Este es, desde un primer momento, uno de los que forman parte de mi nuevo libro ‘Cuaderno de Bitácora’… Un abrazo!