Tuve el privilegio, allá por los años de Gente en Madrid, de que Olmo González fuera mi fotógrafo de cabecera. Cada vez que surgía un tema interesante en Cultura, había una suerte de acuerdo tácito según el cuál el que se venía conmigo a cubrir el tema o a tirar libros por la calle era él. De esa colaboración salieron, en la mayoría de los casos, temas vibrantes y, por qué no, divertidos, en los que texto e imágenes iban de la mano. En esos años aprendí a no decirle a un fotógrafo «quiero que me saques esto». Quizá porque el ojo fotográfico de Olmo era y es su mayor baza. Sabía dónde había que mirar y eso, amigos y amigas, es fotografía, por encima de técnicas, cámaras de último modelo o filtros de colores. Una de las últimas colaboraciones que hicimos, casi sin ser conscientes de ello, fue tiempo atrás para este reportaje sobre el 15-M que realizamos para la revista ‘Anoche tuve un sueño’.
Hoy llega a nuestro Salón de Invitados, lo cual es un lujo que me apetecía compartir con todos vosotros, y lo hace en mitad de una apuesta personal muy interesante. Desde hace unos días ha lanzado su propio proyecto de crowdfunding, palabra que no le será ajena a ninguno de los lectores de esta página, y lo ha hecho con unos resultados sorprendentes. Su planteamiento era conseguir fondos para poder sacar una tirada de 100 ejemplares de libro de fotografía ‘Supernova’, lo cual consiguió en apenas una semana desde que presentara la idea en redes. Ahora, con los días que le quedan para cumplir el plazo, está buscando subir la tirada a 250/300 ejemplares o lanzarse de la calidad offset digital a offset. Sin duda merece la pena echar un vistazo a su proyecto y apoyarlo para poder llevarse un ejemplar de ese libro a casa.
El texto que deja Olmo para todos los lectores de el Mundo de Mañana es una reflexión breve pero punzante sobre un tema que, sorprendentemente, está mucho más de actualidad de lo que podríamos llegar a pensar: la moral. En apenas siete párrafos desgrana nuestros miedos y nuestros complejos, así como sus posibles causas, a la hora de asumir el protagonismo que nos corresponde en la construcción del mundo que queremos. Una vez más, Olmo deja una prueba de que, el buen fotógrafo, es el que sabe dónde mirar.
Sobre la moral
Comienzo este artículo con una cita de otro aparecido en el suplemento Culturas de Diagonal, en un texto de Alfredo Torrado sobre el documental The Act of Killing, “Cada vez más, la izquierda está perdiendo incluso en el terreno de esta doble moral, tan cristiana, que se conforma con la victoria moral, la condena simbólica, la buena conciencia, la limosna.”
No voy a entrar en la réplica a Torrado, pues comparto muchas de sus apreciaciones, sino que pretendo ampliar la reflexión acerca del origen de dicha moral, doble o múltiple, cuya forma de imposición social, lejos de ser democrática y procomún, mantiene esquemas similares a cualquier forma de imposición del poder dentro de las estructuras verticales capitalistas, la moral nos viene dictada con orígenes muy claros, sin que podamos siquiera poner en cuestión ni su contenido ni el mecanismo con que tenemos que adoptarla.
Resulta curioso, por no hablar en otros términos, que la generación a la que pertenezco, al igual que las anteriores, hayamos crecido consumiendo una historia tan, en teoría, revolucionaria como es la de Robin Hood. Varias películas, libros, cómics, etcétera, muestran la historia de una comunidad que roba, o mejor dicho, expropia a los ricos para dárselo a los pobres, anulando así el injusto y cavernario aprovechamiento de los recursos naturales, materializados en forma de riqueza acumulada en posesiones de ese 1% medieval, mientras el 99% moría de hambre. Nótese cómo la panda del Sr. Hood también hacían referencia a la necesidad de techo, haciendo uso de la estrategia okupa, esta vez viviendo en el bosque, el mayor de los procomunes de la época. Una historia que, por supuesto, trae de serie el empalagoso amor romántico con princesa incluida, no fuera que los okupas del bosque de Sherwood eligieran otras soluciones más efectivas ante la poco democrática monarquía, como la guillotina.
Pues con este ejemplo en nuestra memoria e inconsciente durante generaciones, se me hace un poco bola en el estómago ver cómo representantes de la política y medios, corren a estigmatizar acciones tan similares con la historia de Robin de los bosques, como las del SAT en Andalucía. Que un grupo de personas decida expropiar alimentos, libros, fincas y lo que surja, de grandes corporaciones y señoritos, para dárselo a familias sin trabajo y con multitud de necesidades básicas sin cubrir, resulta pues un ejercicio casi incomprensible. Robar es malo, nos dicen, pero emiten Robin Hood una y otra vez en la televisión desde hace décadas, casi queriéndonos decir que todo irá bien mientras no nos salgamos del terreno de la ficción, que imaginar un mundo mejor está bien, pero intentar poner remedio al sistema actual para acercarlo a la utopía roza el terrorismo. Y si no, pues nos cambian el código penal para castigar con cárcel a quien,por ejemplo, comparta la riqueza ilimitada de la cultura digital(-izada) con los demás a cambio de un par de banners y pop-ups remunerados. Sobra decir que también podrían penar con cárcel a los periódicos que se lucran con anuncios de mafias de prostitución, que hacen mucho más daño que unas pelis descargadas.
Con estos ejemplos, se ilustra claramente la manera en que la moral nos llega desde arriba, nos es dictada desde púlpitos, antes dominados por la iglesia, ahora por una multiplicación de predicadores escandalosa, todos bien acomodados en su papel de voceros del nuevo 1%, cuyo sistema parasitario del procomún, de la riqueza limitada y necesaria para la vida es expoliada bajo el amparo de leyes, ejércitos, policía, jueces, partidos políticos, medios y, su mayor instrumento, la moral.
Una moral que establece unas normas de comportamiento para vivir en comunidad debería ser el mecanismo más democrático de todos, debería ser el mayor de los procomunes, nadie, y menos quienes hacen uso de ella, criminalizando, por ejemplo, a quienes expropian alimentos para no morirse de hambre, voceros de la moral más pulcra e inamovible, mientras ocultan cuentas en paraísos fiscales y evaden incluso el ser preguntados en el Congreso de los Diputados, digo, nadie y menos estos parásitos del procomún, debiera poder vivir a sus anchas en nuestra sociedad, y menos haciendo uso de la moral para mantenerse en ella. Por ello estimo oportuno rechazar la moral vertical, impuesta desde arriba y con unos intereses muy concretos pero que solo se aplica hacia abajo, para sustituirla por otra horizontal, democrática, procomún, mutable, adaptable a los tiempos, no reaccionaria ni retrógrada, sí inclusiva y establecida mediante el debate razonable y compartido, no mediante la fuerza, la exclusión o la cárcel, y cuyo eje sea el respeto al procomún en todas sus manifestaciones, desde la vida humana, animal y vegetal, el agua, la tierra y el aire, hasta el acceso y el respeto por la cultura, la vivienda, el alimento, los cuidados, el conocimiento y la sociedad compartida, en general.
Por supuesto, este cambio no funcionará si solo se establece en el terreno de lo simbólico, ahí ya hemos ganado, y ya veis para lo que nos sirve, para que el ficticio Robin deje el bosque y se se convierta en Rey al casarse con la Princesa. Puaj.
-Olmo González-
Es uno de esos privilegios que Madrid, de vez en cuando, acoge. Desde el pasado miércoles hasta este domingo la Sala Galileo Galilei ofrece escenario y público (por ahora lleno hasta la bandera) para que Alejandro Dolina, Patricio Barton, Jorge Dorio y el Trío sin nombre lleven a cabo su terrible venganza radiofónica. Un espectáculo de radio en vivo de casi dos horas de duración lleno de ingenio, agilidad, humor y talento.
¿Qué quién es Alejandro Dolina y por qué os recomiendo esta experiencia? Sin duda porque es una vivencia inspiradora, catártica y muy distinta a cualquier cosa que se haga por esta orilla y porque, hasta hace un año, la única manera posible de verles en directo era viajar a Argentina (lo cual, en cualquier caso, no es de ninguna manera un mal plan). Alejandro Dolina es un escritor y comunicador brillante que desde hace varias décadas triunfa en las noches del país latinoamericano con su programa ‘La venganza será terrible’. Es autor de colecciones de relatos tan brillantes como ‘Crónicas del Ángel Gris’ (muy recomendable) o ‘Bar del Infierno’ e incluso se ha animado con el mundo del musical de la mano de la opereta criolla ‘Lo que me costó el amor de Laura’. A mí me lo descubrió, hace algunos años ya, mi buen amigo y admirable compañero David Pamplona. Como tantas otras cosas acerca del periodismo me enseñó que la radio, también, era Alejandro Dolina. De hecho, durante muchos años, el texto falso de las maquetas de Gente en Madrid era, por obra y gracia de mi amigo Pamplona, el inicio de un cuento de Dolina. Cuántas veces no habría salido publicado por error ese textito bajo un titular de política nacional o economía en un medio que hacía del error su marca de identidad… O tempora, o mores!
‘La venganza será terrible‘ es un programa inclasificable en el que, a lo largo de cuatro bloques, se combinan análisis históricos y mitológicos con música en directo, reflexiones acerca del buen servicio de habitaciones en los hoteles de la mano de Honoré Balzac o unos breves apuntes para comportarse durante un naufragio. Es, haciendo quizá la mayor semejanza que pudiéramos visualizar en esta orilla, como si sentásemos a los integrantes de Les Luthiers a hablar de manera improvisada de los más variopintos temas durante dos horas. Las risas están aseguradas en un espectáculo radiofónico en el que brillan con especial fuerza el ingenio y, de una manera magistral, la cultura universal, eje de muchos de sus diálogos. A todo esto hay que sumarle, sin duda, la magia que tiene el participar, aunque sea como público, en la elaboración de un programa de radio en vivo. Saber que lo que pasa en esa sala se oirá en miles de hogares, sentirse una especie de comunidad universal que por dos horas decide poner en marcha su cerebro para reírse con ganas y terminar sintiéndose, de algún modo, mejor persona.
Como digo, imprescindible, gratuito y sólo hasta este domingo. Está todo lleno pero yo creo que, empujando, se cabe. Si no tenéis plan para este fin de semana, el Mundo de Mañana pone la mano en el fuego por esto. Y si lo tenéis, también. Si alguno se anima, que nos cuente qué tal le ha ido en los comentarios a la entrada. Como muestra os dejo, en este enlace, el programa con el que abrieron la cita madrileña el pasado miércoles. Es caviar.
Y ahora, después de trece años, tras una larga agonía, finalmente os rompéis. Yo os miro ahí, encima de la mesa, y no sé muy bien cómo reaccionar. La patilla partida, literalmente fundida del desgaste, me dice que ya no hay marcha atrás, que, esta vez sí, os habéis roto. No hay arreglo posible. Se acabó. Después de trece años se acabó. Ahora me toca deciros adiós y no sé muy bien cómo.
Sois tan parte de mí como todo lo que más me gusta de lo que me forma y no sé cómo se hace esto de despedirme de vosotras. Mi casa no admite vitrinas donde recordaros – a duras penas cabe un gato. Vosotras, que inaugurasteis el cambio de década, de siglo y de milenio conmigo, definitivamente os vais. No son pocas las cosas que, desde entonces, hemos visto juntos. Visteis cómo empezaba mi carrera, mis años universitarios, la de cosas que descubrí fuera de las aulas de esa apolillada facultad, páginas y páginas de apuntes que pasaron ante vosotras como pasa un río que discurre rápido para irse lejos. Visteis la vida de cientos de chavales de un centro juvenil hoy nostalgiado así como visteis el fuego y la esperanza por cambiar las cosas en sus miradas. Visteis a Pacharán y Carajillo, visteis a Hombre-Man llegar raudo a mi llamada, visteis salas abarrotadas de risas y amigos, visteis un escenario, dos micrófonos, copas, copas, copas, la noche de Madrid abierta, el cielo bajo nuestros pies… Visteis tanto que pocas veces durante muy pocas horas visteis mi mesilla.
También compartimos la visión, tal vez causa de vuestro desgaste, de todos mis poemas, de todos mis versos, de aquello que los inspiró y de papeles, servilletas y paredes donde algunos nacieron y otros, simplemente, murieron. No sé os escapó ninguno. Es por ello que conocisteis conmigo a todas mis mujeres. Me acompañasteis en el final de la primera, recuerdo sereno, y en el comienzo de la última, esperanza infinita. Entre medias, un ramo de caricias, miradas, cuerpos, compañías y caminos rondaron ante vosotras. Visteis impasibles como me formaron y me deformaron y me volvieron a formar. Alguna llegó, ciertamente y para equilibrar, a deformaros también a vosotras fruto de las prisas y la noche.
Vuestros cristales, estos mismos cristales que ahora me miran ya inertes encima de la mesa, reflejaron los destellos de los años febriles del periodismo, la nocturnidad, la alevosía y la bohemia compartidos en Gente en Madrid. Se llenaron de polvo tanto como de amaneceres a través de todas las huellas que nos llevaron a Santiago. Brillaron ante la luz de tantos horizontes, de tantos destinos, de tanta carretera… ¡Brillaron ante la luz de París! Y saltaron el charco para conocer otras luces y otros amaneceres y otros destinos.
Hemos visto, amigas mías del alma, la misma violencia bajo el mismo calor de injusticia en Honduras, hemos visto la misma sangre derramada, los mismos ojos llorosos, la misma impotencia, los mismos dedos fríos de la muerte. Hemos visto la misma bala. Hemos visto, sin embargo, la misma esperanza, los mismos niños queriendo leer, queriendo saber, el mismo grito en defensa de la vida, las mismas calles llenas de resistencia y lucha, los mismos micrófonos compartiendo a voces la misma sonrisa de futuro, las mismas manos consagrando el mismo cuerpo. Hemos visto la misma vida.
Y ahora, trece años después, estáis ahí, rotas, enfrente de mis ojos. Habéis terminado, para mayor desazón, de una forma por demás poco heroica. Os habéis roto sin más, fruto del desgaste y del ver tanto. No os rompió con agresividad de un porrazo un policía, no desaparecisteis en medio de una carrera frenética ante el ejército en Choloma, ni si quiera caísteis a causa de la violencia desprendida por el choque pasional de dos cuerpos desnudos. Os habéis roto, sin más, para recordarme que una época acaba y quedaros ahí, agotadas, encima de mi escritorio.
Vuestros detractores, esos que llevan años diciéndome que os jubile, que sois feas, que estáis descuadradas y sucias, los mismos que señalaban con asombro la marca que dejabais en mis sienes, me dirán que ya era hora, que me ponga otras y punto. Así, de un día para otro, sin tiempo para posarlo. Que me ponga otras. Como si al dejar una relación uno pudiera comenzar otra ese mismo día. Y, claro está, llegarán otras, fruto de la necesidad, que verán otras cosas que ya no serán estas y no serán mejores ni tampoco peores.
De las primeras cosas que compartiré con «las otras», y que quiero compartir también con vosotras aunque sea de palabra en esta noche fría, serán los derribos que para este martes día 9 están planeados en El Gallinero. Se estrenarán fuerte. Quién sabe si tanto como para acabar en ese mismo día en el punto en el que vosotras ahora os encontráis. Verán, como ya vierais, el infame despliegue policial, las palas destructoras, la impasibilidad de los funcionarios del Ayuntamiento, las familias indefensas e impotentes y quién sabe si, tal vez, cientos de compañeros, amigos y vecinos dispuestos a parar todo ese absurdo desde las siete de la mañana al calor del café recién hecho de doña Lucía. Empiezan, como veis, siguiendo vuestra estela y eso me da algo de fuerzas.
Sin embargo y con todo, vosotras estáis ahí, frías ya, encima de la mesa y yo estoy llorando como un idiota.