Vuelve a abrir sus puertas, tras unas semanas de ausencia, nuestro Salón de Invitados y no podía hacerlo de mejor manera. Hemos ordenado como hemos podido la casa, hemos preparado té, nos hemos atrevido a cocinar unas galletas y hemos aleccionado a la gata Gipsy para que no incordie demasiado. Hoy viene una gran amiga y brillante periodista y la ocasión lo merece. Se atreve a pasar a nuestro Salón ni más ni menos que Pilar Sanz.
Conozco a Pilar desde hace ya más de una década, más concretamente desde los años frescos e inspiradores de la Universidad. Ambos estudiamos periodismo; a ella le cundió y yo… pues por aquí ando, entreteniéndoles a ustedes (un placer). Fuimos compañeros de clase y compinches del mismo grupo de amigos y proyectos dulce y necesariamente utópicos. Pilar hoy es coordinadora y editora de todos los productos en papel del grupo ’20 Minutos’ que van más allá del diario. Se inventó ‘Calle 20’ siendo la vanguardia de lo que hoy es vanguardia. Su olfato le ha llevado a marcar tendencia en lo que a periodismo de tendencias se refiere. Haciendo cierto y sincero el impostado mantra hipster, cuando los demás llegaron, ella ya estaba allí.
Ahora viene a nuestro salón a hacer una brillante reflexión cargada de sentimiento y sinceridad. Lo hace justo en la misma semana en la que su grupo (grupazo) Tiger & Milk ofrecerá un concierto en la sala El Barco de Madrid. Tocarán canciones de su primer disco ‘La cara norte’ (Discos de la Bahía, septiembre 2013), todo un regalo musical cocinado con mucho mimo y mucha personalidad. La primera edición ya está agotada, así que este sábado tenéis la ocasión de haceros con algún ejemplar y disfrutar de la música en vivo del grupo de mi amiga Pilar que, hoy, ha querido contarnos esto:
delEGO
Seguro que os ha ocurrido más de una vez que un reencuentro con gente muy cercana en una época, pero a la que ahora solo veis de cuando en cuando, despierta en vosotros muchos recuerdos y, sobre todo, provoca preguntas. Preguntas sobre uno mismo. Para mí es como tener delante de pronto a mi yo de hace diez años.
No es algo que suceda inmediatamente. Es decir, nos vemos, charlamos, nos reímos, bebemos vino, nos damos cuenta de que todo sigue igual y que, en el fondo, somos los mismos aunque no seamos iguales… Luego viene el paseo a casa. Y los mensajes de “qué bien lo pasamos” y “esto hay que repetirlo”. Entonces es cuando mi cabeza pone en marcha un mecanismo de autoanálisis y reflexión –de esas que todos deberíamos hacer una vez al año-. Se trata sobre todo de asumir quién soy ahora, recordar quién era y hacer balance de lo que ha cambiado, que puede ser todo o casi nada.
¿Quién era yo hace diez años? Una estudiante de periodismo con un trabajo en prácticas mal pagado a media jornada y que la mayor parte del tiempo que pasaba en la facultad era en la cafetería o en el césped (vale, alguna vez en clase). Con los amigos de la fiesta del sábado, claro.
Teníamos una revista de arte y pensamiento, o de cultura y poesía, no sé. Digital (visionarios). Además, yo hacía un programa de radio de dos horas a mediodía, una especie de magazine en el que hablábamos de cualquier cosa, poníamos música y entrevistábamos a los pocos incautos que aceptaban perder su hora de comer en una emisora universitaria. Para los ratos que me quedaban libres me busqué un grupo de música, como si llenar todos los huecos fuese obligatorio para sacarle provecho a la vida.
Entonces me preocupaba que mi firma apareciese bien clara en todas las piezas que escribía y publicaba. Prefería los trabajos individuales a las entregas en grupo ¡qué lata! ¿Por qué había de cargar yo con la inutilidad de los demás? Quería más tiempo en el micro, en la radio y en la música. Me importaba figurar, ser la ‘front woman’ de mi banda aunque me muriese de miedo cada vez que daba un concierto y los nervios me impidieran disfrutarlo. Me hacía gracia que la gente me saludara por los pasillos, encontrarme con medio extraños en los bares por la noche y que supieran mi nombre, aunque al día siguiente se hubiesen olvidado -como si la luz del día les borrara la memoria-.
Es decir, al final todo se reducía a una cuestión de EGO. El yo profesional, el yo artístico, el yo social, el yo… siempre primero el yo, y después todo los demás.
Por suerte es una de las cosas que han cambiado. Que me han cambiado. Supongo que en esa postadolescencia que arrastramos al llegar a la universidad (nos creíamos taaan adultos) nos estábamos buscando todavía; y para encontrarnos, no se nos ocurría nada mejor que poner nuestro EGO por encima de lo que fuese, era nuestra medida del mundo, nuestro número áureo. Nos comparábamos constantemente. Y no veíamos más allá de nuestras narices.
Ahora creo que uno de los ingredientes que no pueden faltar en la codiciada fórmula de la felicidad es la humildad. Tal vez por eso son tan desgraciados los artistas.
Ya no me importa no firmar los textos mientras la gente los lea, los disfrute, le lleguen. Ahora tengo otro grupo de música en el que desempeño un papel secundario pero importante en el todo y me lo paso pipa en los conciertos, porque no me pesa la responsabilidad sobre los hombros. Disfruto del trabajo en común y prefiero que ciertas tareas las haga alguien que sé que es mejor que yo en eso. Me gusta caminar por la calle y mezclarme en la muchedumbre, perderme, ser anónima en los bares para que la noche no me confunda.
Al final se trata de delegar. Yo, ahora, delEGO.
Miro a mi alrededor y veo claro que el yo se diluye cuando eres madre, cuando compartes tu vida en pareja, cuando aprendes a ser buen jefe y a trabajar en grupo, cuando sabes disfrutar del segundo plano. A lo mejor es que he aprendido por fin que no nací para ser protagonista. O nací para serlo solo de mi propia vida.
Ahora sé algo más acerca de quién soy que hace diez años, pero seguro que menos que dentro de otros diez (aunque espero que la próxima fiesta de reencuentro sea antes de que pase otra década, chicos). Por eso supongo que ya no necesito reafirmarme en el yo constantemente ni que me suban el EGO todos los días.
Habrá quien me diga que pasar desapercibido es cobarde, que me falta compromiso con la vida, que estoy alienada, que han podido conmigo… ¡Pero me siento tan tranquila, tan a gusto!
Este es el lugar que quiero ocupar ahora. Yo delEGO, ¿y vosotros?
Me ha encantado la reflexión. El ego es sin duda una de esas cosas que (con suerte) uno aprende a dominar con los años. Yo lo que he ganado es un poco de autoestima. Ya no pienso que todo lo mío es una basura que hay que proteger para que nadie tire. Cómo lo veremos dentro de 10 años?
¡Seguro que juntos! ¡De eso no me cabe duda!
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